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La placidez de Nueva Tabarca

A primeros de abril de 1968, el escritor y periodista Antonio González Pomata, junto al fotógrafo de prensa Perfecto Arjones, ambos en las filas del Diario Información de Alicante, vivieron y convivieron durante dos días con sus habitantes la realidad de una isla de Tabarca que, si bien ya queda lejos de la Tabarca de hoy, no deja de ser reflejo de una época, contando con que, además, llevaban el encargo de sacar la «peor parte» de una isla todavía alejada del anhelado turismo, en el que tenían depositadas todas las esperanzas de supervivencia.

Diario Información, 2 de abril de 1968, p.12

Del mismo modo, en el Periódico Mediterráneo de Castellón, en octubre de 1975, se seguía hablando de una isla con graves problemas con el agua y la electricidad, con una creciente emigración de sus gentes, con ilusiones rotas y proyectos que no se convertían en realidad, pero que, paradójicamente, atrajo a visitantes famosos, e incluso llegó a ser objeto del deseo del magnate griego Aristóteles Onassis. El contenido del artículo, que calificaba a Tabarca como «una isla olvidada», era firmado por la periodista de la agencia Pyresa Gertrudis de Pablos.

Periódico Mediterráneo, 10 de octubre de 1975, p.16

Llegados los años 80, y de vuelta al principal diario de nuestra provincia, el panorama seguía siendo desalentador, y buena prueba de ello es el artículo firmado por Fernando Gil, con fotografías nuevamente de Perfecto Arjones, que viene recogido en las páginas del Diario Información en noviembre de 1981, y cuyo título habla por sí solo: «La isla abandonada». Aunque, bien es cierto, que el autor ya advertía: «He estado aquí docenas de veces, y siempre, en todo tiempo, he escuchado lo mismo: Tabarca no tiene salvación si sigue así, pero Tabarca puede ser salvada».

Diario Información, 7 de noviembre de 1981, p.6

Fue en la década de los 90, cuando se comenzaron a avistar en la prensa las primeras impresiones optimistas hacia la isla, precisamente de la mano del periodista Antonio González Pomata, que tan nefasta imagen se llevara décadas atrás. Fiel reflejo de este cambio de tendencia es el artículo que firmó en las páginas 6 y 7 del Diario Información del 17 de mayo de 1991:
Tabarca en primavera, plácida isla. Desde Santa Pola un buen servicio de canoas de recreo nos trasladan por 700 pesetas con derecho a retorno. Navegamos muy bien con el «Super Delfín Blanco». Las cinco millas de singladura se cubren en poco más de media hora permitiéndonos gozar de la panorámica —digamos turística— de Cap de l'Aljub (Santa Pola del Este y el cabo) desde el mar. Estos barcos son cómodos, rápidos y disponen de doble cubierta. Hay un detalle a señalar y es la escasa navegación que registran las aguas que median entre el Cabo de Santa Pola y la isla. ¿Saben la razón? Porque el estrecho tiene escollos y muy poco calado.

Diario Información, 17 de mayo de 1991, p.6
A Tabarca o isla de San Pedro hay que ir cómodos y «de chándal», y qué duda cabe que mejor en primavera que en verano por los agobios que reportan los «booms» del estiaje. La isla también es objetivo de buen número de yates y naves deportivas en sus salidas a la mar. De ahí que el ambiente marinero sea muy movido y colorista al estar Nueva Tabarca en la derrota de muchos navegantes desde Torre de la Horadada, Campoamor y Cabo Roig hasta Benidorm, Altea, y quizá allende los escarpados del Mascarat.

El pequeño puerto

Poblado de 1770

La isla ofrece varias opciones, desde el caminar bordeándola, la acampada, el relax en el roquedal marino, la cháchara en el poblado y solazarse en la playa, hasta el baño y el buceo en sus limpias y frescas aguas. Eso sí, la pesca está prohibida. En esta época Tabarca es paz en la ida, la estancia y el retorno, que ya es decir.


¿Por qué esta isla de 30 hectáreas fortificada y habitada? Sencillamente porque fue avanzada de filibusteros cuyas incursiones motivaron que en el siglo XVI se construyeran torres-vigía a todo lo largo de un litoral —el alicantino— tan castigado por los corsarios berberiscos. Un poco más tardío, en Tabarca tenemos el castillo de San José (dos plantas y sótano) que durante un largo periodo se ha utilizado como casa-cuartel de la Guardia Civil. El caso es que el rey Carlos III dispuso el lugar como asentamiento de 311 cautivos (pescadores de coral de la Tabarka argelina) rescatados en 1769. Creó un pueblo de 125 casas y lo amuralló con recias defensas. Aquí no había más que pesca y a ella se dedicaron los tabarquinos en una isla de 1.800 metros de longitud, y 400 de anchura máxima donde poco más se podía hacer y de ahí que los Parodi, Luchoro, Ruso, Ferrandi, Pitaluga, Jacopino, Pomata y otros apellidos de origen genovés se esparcieran por Alicante-capital y otros puntos de la costa.

Iglesia de San Pedro y San Pablo

Gastronomía marinera

Tiene el poblado 7 calles y dos plazas, todo sea dicho ahora en vías de recuperación. Tabarca está perdiendo su antañona dejadez (fruto quizás de la permanente desatención a que el municipio capitalino la ha tenido sometida hasta hace unos años) y ya con agua, mejor suministro de energía y obras de restauración en marcha hace vislumbrar un porvenir que pronto podría ser envidiable. Ya se protegen sus aguas y fondos marinos y ya al fin, parece que el ordenamiento se impone ante las exigencias turísticas. Nunca es tarde aunque salta a la vista que es mucho lo que hay por hacer.

Puerta de acceso al poblado

Pero un notorio atractivo de Nueva Tabarca es la gastronomía típicamente pescadora donde el «caldero», «fideuá», «gazpacho de pescados», «arroz a la marinera», «sopa de mariscos», «sepieta, polpet, peixet frejit, calamar i xipironet» conforman la base de la sugestiva oferta isleña de buen yantar que hasta ahora centrada (digamos agolpada en los «chiringuitos» de su única playa) ya comienza a expanderse como pronosticando la reordenación que se avecina. Pensamos que el poblado ganará mucho —y los visitantes también— el día en que los restaurantes se sitúen estratégicamente en él. Por el momento ahí quedan, con su buen servicio de siempre, Gloria, Mar Azul, Los Pescadores, Rincón de Ramos y otros a pie de playa y puerto de Isla Plana.

Arroz «de collonet»

Y bien, de ello dan muestra hoy don Gerónimo II, en la calle de Enmedio (con menú-reclamo a 1.000 pesetas consistente en ensalada, paella de marisco, vino o cerveza, copa de helados o frutas del tiempo y pan) y La Taberna del Tío Collonet, de la calle D'Arzola, pulcro, marinero y bien atendida ella, donde Joaquín Pérez en la cocina («chef» de abordo en un pesquero) y Waldo Contreras en la sala, conducen esta nave del yantar tabarquino con gusto y maestría. «Aixó sí, el que va davant, va davant» y no valen excesivas prisas.

Aquí hemos conocido el «arrós collonet» (un caldosito de categoría) que teniendo «lo que hay que tener», como su nombre sugiere, nos supo a gloria. Contiene gamba pelada, alcachofa, pimiento rojo, guisantes, «peix de rebaná» (de clase) y ñora, mucha ñora al estilo pescador, dando a primera vista la sensación de un exceso de aceite que en realidad no tiene. Queda muy bien —digamos a nuestro criterio— este arroz «de collonet», simpático él, inédito y por delicado, más femenino que varonil.

«Arrós de collonet»

También vimos las pizzas «Collonet» y «Tabarca», a mil y setecientas pesetas respectivamente, y el «bon vi —de tonel— del Tío Collonet». Con sepia plancha, pulpo gallega y «ametles» de entrada, el menú con dicho «caldoset» ronda las dos mil pesetas.

* * * * *

Afortunadamente, los tabarquinos, tanto natales como oriundos o simpatizantes de la isla, hoy por hoy, nos estamos acostumbrando a encontrar en los medios de comunicación buenas noticias, tanto en cuanto a la conservación del patrimonio natural e histórico como a la explotación, bien entendida, de sus posibilidades turísticas, llámense de sol y playa como culturales y medioambientales. El empedrado de sus calles, la restauración de sus edificios históricos y lienzos de muralla, la preservación de su fauna y flora, marina y terrestre, son noticias ya vividas o en proceso de serlo, a las que se unen las más recientemente anunciadas como la adquisición y musealización de la Torre de San José y la Casa de «El Campo», el acondicionamiento de las bóvedas de artillería y los almacenes militares del siglo XVIII, el desarrollo de los senderos culturales y medioambientales, tanto terrestres como submarinos, las mejoras en el proceso y eliminación de residuos, o el tan traído y llevado derribo de las construcciones ilegales.

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